A veces cuesta no preguntarse si todos los jardines en los que se mete Michael Masi como director de carrera de la Fórmula 1, lejos de ser fortuitos, son plenamente deliberados. A ninguno nos gusta que la victoria de Verstappen en uno de los mundiales más reñidos de la historia de la F1 se vea ensombrecida por guerras en los despachos en lugar de una limpia resolución en la pista. Sin embargo, no deberíamos ser tan ingenuos de ignorar que la polémica siempre ha sido un poderoso motor que desata la pasión y el seguimiento de los deportes. El fútbol, ese llamado “deporte rey” que tantas veces nos fastidia por el espacio que roba a nuestro querido automovilismo deportivo, basa una parte enorme de su éxito en la constante polémica que generan las decisiones arbitrales. ¿Es casual o quizá consentida toda la controversia vivida en la pelea por el título entre Max Verstappen y Lewis Hamilton?

Darse una vuelta por las redes sociales estos días, o incluso en los bares y oficinas, nos confirma que toda la polémica que ha acompañado a las decisiones de Masi en toda la temporada en general, y en la carrera de Abu Dhabi en particular, ha polarizado la atención de tal manera que hasta el propio fútbol ha quedado ensombrecido. Guste o no, es lo que hay. Y a mayor seguimiento por parte de público no tradicional, más horas de presencia en los medios de comunicación y, como consecuencia, más dinero por parte de los patrocinadores.

Pueden estar seguros de que Liberty Media, el promotor de la Fórmula 1, está todo menos triste con todo el revuelo organizado. De ahí que quepa preguntarse si las ganas de poner remedio a todos los desaguisados que hemos vivido son genuinas, o en realidad son puramente de cara a la galería. Vean por ejemplo la escandalera que se organizó porque Michael Masi “negociara” una sanción a través de la radio con los equipos Red Bull y Mercedes. Esto, por insólito que pareciera, es algo que no solo contempla el reglamento, sino que además se ha hecho más veces en el pasado. La única diferencia es que ahora nos enteramos porque los audios son públicos y antes no lo eran. “La mano que mece la cuna del show” no ha mostrado la mínima intención de evitar que esta situación vuelva a repetirse, por mucho que los equipos crean que no deba hacerse, ante la mala interpretación que pueda hacerse de las conversaciones.

Lo mismo cabe decir con el asunto de las escapatorias en los circuitos, cuya falta de consistencia a la hora de ser penalizada su invasión es apabullante. En algunos circuitos, o con algunos pilotos, se anulan vueltas o se obliga a devolver la posición, y sin embargo en otras ocasiones similares permiten salir impunes a los infractores. Es difícilmente comprensible lo voluble de los criterios, a menos que no se vea en ello un problema grave, o que quizá se acepte como un mal menor porque es algo que “ayuda al show”. La FIA tiene un problema muy serio encima de la mesa, porque se le cargan en el debe de Michael Masi muchos problemas que vienen de la época de Charlie Whiting y, particularmente, porque corresponde a la FIA, y en concreto a su presidente, Jean Todt, marcar unos criterios claros y consistentes.

Es bastante imperdonable que, tantos años después de su introducción, no se haya encontrado una solución que evite la conducción fuera de los límites de la pista. Si en aras de la seguridad falseas una competición, no estamos ante una solución, porque puede que evitemos un problema, pero creamos otro. ¿Qué van a decir todos los chavales que compiten en categorías inferiores cuando ven a sus ídolos hacer lo que les da la gana tomando atajos por las escapatorias? Que tenga mucho cuidado la FIA con su permisividad, porque, lo que hoy es una explosión de interés a remolque de una polémica, mañana puede ser un abandono masivo ante la sensación de estar ante una competición que alienta el fraude. Suficientes avisos han habido este año para saber que, si no se pone remedio, de estos polvos vendrán los lodos del futuro.

 

Nº 1767 (Enero, 2022) 

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