Recientemente he tenido ocasión de hablar con tres buenos amigos propietarios de diferentes equipos de Karting, que me explicaban sus razones por las que habían dejado la competición. Sorprendentemente, la razón no era económica, como suele ser la causa más habitual del cierre de un negocio, sino el hastío que sentían por el comportamiento de unos padres que, además de desagradecidos, convertían lo que debía ser un entorno de diversión y formación deportiva de los chavales en una olla a presión llena de “mal rollo”.

Aunque el automovilismo no es ni mucho menos el único deporte donde se da este triste fenómeno, en cierto descargo de los padres hay que decir también que en casi ningún otro deporte los padres tienen que hacer un desembolso de dinero tan grande. Por supuesto, el que haya que pagar mucho dinero no justifica que no se respeten las formas, pero no sorprende desde luego cuando en el deporte de tu hijo estás perdiendo hasta la camisa.

Y este es parte del problema, porque, aunque Fernando Alonso solo haya uno, sin embargo en cada carrera de karts hay 24 padres que creen que su hijo es Fernando Alonso, y esto les lleva a tomar una serie de actitudes y decisiones totalmente irracionales. Además, el Karting como deporte ha ido en la misma mala dirección que ha ido la competición automovilística en general, con una disparidad cada vez mayor entre los presupuestos necesarios para participar y la economía real de las familias o las empresas.

Y si la cosa se pone dura en el Karting para la mayoría de las familias españolas, qué decir ya cuando se da el salto a los monoplazas. Hay una queja muy generalizada entre los padres de los pilotos, y es la falta de difusión del automovilismo de base como la raíz del problema de la imposibilidad de encontrar patrocinadores. Sin embargo, esto no es del todo cierto, porque la difusión del Karting o de las fórmulas de iniciación no es ni mejor ni peor que la de la mayoría de los deportes a un nivel competitivo comparable. La diferencia abismal radica en el dinero necesario a aportar por parte de los patrocinadores.

Un director de marketing de una empresa suele tener un conocimiento bastante aproximado de los precios que hay en la oferta actual de patrocinios deportivos, así como de otras alternativas publicitarias. Es normal que se asusten y huyan despavoridos cuando se les presentan propuestas de patrocinio con un total desapego de la realidad económica de las empresas. La brecha entre el dinero que se les pide y lo que en el mercado publicitario puede hacerse con ese dinero suele ser monumental, y de ahí la crónica falta de patrocinadores.

Esa frustración de los padres a la hora de llamar a puertas y encontrar muchas negativas se traslada luego a los circuitos con una presión descomunal a los chavales y sus equipos para conseguir unos determinados resultados. Existe una creencia muy extendida de que los méritos deportivos abrirán las puertas en el futuro que en el pasado se negaron, pero es mejor desengañarse. Siendo importante un palmarés, es mil veces más importante la correlación entre el precio del patrocinio y el potencial retorno de la inversión.

Por tanto, por el bien de las economías familiares y del desarrollo personal y deportivo de sus hijos, permítanme un consejo los padres que leen estas líneas: dejen que su hijo disfrute y aprenda valores con la competición deportiva. Participen allí donde la economía familiar y algún patrocinio realista les permita. Si su hijo es un fenómeno como Fernando Alonso, descuiden que llegará un fin de semana, un día, una carrera, donde el talento se destapará y quizá encuentre esa pizca de suerte que llame la atención de algún benefactor que le ascienda al estrellato. Pero recuerden siempre que por dinero siempre van a perder, porque a nivel internacional compiten contra gente que juega en la liga del Forbes 500.

 

Nº 1770 (Abril, 2022) 

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