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Es algo bien conocido que, a lo largo de su historia, el mítico equipo italiano ha tenido largos períodos de sequía o incluso pérdida de títulos mundiales, mucho más a causa de errores propios que por el acierto de sus rivales. Con frecuencia se ha sugerido, y no sin razón, que en Maranello donde verdaderamente han tenido a su enemigo ha sido en su propia casa, en forma de luchas de poder internas, intrigas, traiciones o sempiternas luchas fratricidas.

Esta tendencia a tirarse tiros en el pie de forma inconsciente es algo que sin duda forma parte de su idiosincrasia y que, en cierto modo, fue alentado desde sus orígenes por el propio Enzo Ferrari. El “Commendatore” enfrentaba o directamente encizañaba a los técnicos de motores con los de chasis, a los mecánicos de los distintos coches o incluso a sus propios pilotos para mantenerlos siempre en guardia y tensionados. Aquel estilo de gestión podría tener sentido en una época donde tanto el deporte como la industria del automóvil dependían mucho del genio individual, pero desde hace bastante tiempo ya no tiene cabida en absoluto.

En los años en los que estuvo al frente de la Scuderia el triunvirato Jean Todt-Ross Brawn-Michael Schumacher se vivió una armonía ciertamente única en su historia. Absolutamente nadie iba por libre y todo el mundo remaba en la misma dirección. Por desgracia, aquel sólido edificio se fue desmoronando, y esto es precisamente lo que Mattia Binotto, con una férrea disciplina, está tratando de reconstruir con paciencia y tesón desde hace unos años.

Solo hay que ver la forma en la que recientemente han impedido a Carlos Sainz disputar la posición a su compañero de equipo, Charles Leclerc (a pesar de haber sido claramente más rápido), para darse cuenta de la aversión al riesgo del equipo italiano. Hoy más que nunca, todo interés individual está supeditado a los objetivos del equipo. Y aunque, como aficionados, esto es algo que en cierto modo pueda molestarnos, se puede dar por bien empleado, porque claramente Ferrari necesita de esta medicina si quiere volver a ser campeón del mundo.

Ahora bien, una cosa es que para proteger esa resurrección deportiva Ferrari se haya convertido en el equipo más rígido de la competición, y otra bien distinta es que ese espíritu interno se traslade al resto de sus actividades, produciendo un desapego inusitado en sus seguidores por el mundo. Recientemente, se ha publicado la macroencuesta sobre el perfil de los aficionados a la Fórmula 1 a nivel global, y el dato probablemente más relevante es que Ferrari, por primera vez desde que hay datos, ya no es el equipo preferido de la afición.

Podrá argumentarse que aparecer detrás de Mercedes y Red Bull obedece a una mera cuestión de resultados deportivos, pero sería bastante suicida si en Ferrari compraran esa excusa, porque incluso a mediados de los años 90, aquella época en la que los del cavallino con Jean Alesi y Gerhard Berger no se comían un colín, Ferrari seguía siendo el equipo más amado.

Ferrari ha confundido el ser serios de puertas adentro con mantener esa filosofía de puertas afuera, y guste o no el equipo italiano ha perdido magia, ya no es esa fuerza influyente que siempre fue en el paddock, sus pilotos, de tanto control que llevan en su comunicación y actividades con los patrocinadores, parecen cumplir más el rol de esforzados oficinistas que el de las estrellas del deporte que son. Urge un refresco y una llamada a la emoción.

Por desgracia, huele mucho a naftalina en la decoración de los coches, la vestimenta, los canales de redes sociales, las actividades con patrocinadores, la creación de contenido propio, etc. Ferrari parece no haberse dado cuenta de que en apenas tres años los códigos de comunicación con el aficionado han cambiado, y el equipo que tradicionalmente siempre supo transmitir más magia a los aficionados es el que menos puede permitirse ser percibido como un aburrido grupo de antipáticos funcionarios. No tienen que copiar a nadie. Simplemente, no olvidar que de cara a sus seguidores Ferrari no debe dejar de ser (o percibirse) como Ferrari. Y material, con su historia, Sainz y Leclerc, tienen de sobra.

 

Nº 1766 (Diciembre, 2021) 

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