La noticia bomba del verano sin duda ha sido el paso de Fernando Alonso de Alpine a Aston Martin. Como no podía ser de otra forma, hay opiniones para todos los gustos y críticas en todas las direcciones. Lo que parece claro es que el cambio se debe más a desencuentros personales entre equipo y piloto que a cuestiones deportivas. El principal punto de fricción era la duración del contrato, donde Fernando no quería arriesgarse a que le dieran la patada en el teórico momento de la cosecha, y Alpine temía que la edad pudiera ser, llegado el momento, un factor de bajada de rendimiento.
Siendo justos, los argumentos de ambas partes, aunque encontrados, son razonables y de forma legítima buscan proteger sus intereses. El problema surge cuando se hacen comparativas con otros pilotos, deportistas o simples empleados de una empresa. La situación de Fernando Alonso con Alpine no es equiparable con nada, exceptuando quizá MotoGP como deporte o Lewis Hamilton como piloto en la F1.
De hecho, si algo molesta a la psicología de Fernando es que precisamente le hagan comparaciones con cualquier otro piloto o deportista. Él necesita sentirse querido, necesita palpar que existe un absoluto compromiso hacia su figura, y si no lo percibe se va con la música a otra parte, donde encuentre ese reconocimiento y fe en sus capacidades. Es algo que ha sucedido así siempre a lo largo de su carrera deportiva con equipos y patrocinadores, y probablemente el error (si puede llamarse de esa forma) por parte de Alpine es no haber anticipado que con Fernando esto era más que previsible que sucediera.
El Aston Martin, en el verano de 2022, es peor coche que el Alpine, y no está nada claro que vaya a ser mejor coche en el futuro. Puede que ocurra y puede que no, por lo que queda claro que el factor decisivo ha sido el compromiso incondicional de un equipo frente al otro, porque es evidente que a nivel económico no hay grandes diferencias. Cuando Alonso exige ante la otra parte una fe ciega y un compromiso incondicional, habrá quien le reproche cierto divismo o egocentrismo, pero es lógico también resaltar lo hiriente que puede resultar a uno de los mejores pilotos de la historia que le pongan en la misma balanza de Oscar Piastri, quien, por muy prometedor que sea, no deja de ser un debutante con todo por demostrar.
A menudo se tacha de difícil el carácter de Fernando y se le etiqueta como persona conflictiva, pero, independientemente de que Alonso por supuesto tendrá lo suyo, la labor de un buen jefe de equipo es entender qué se le pasa por la cabeza a su piloto estrella y de qué forma puede sacar lo mejor de él. Porque Fernando, cuando se entrega, lo hace con un nivel de intensidad que deja a kilómetros a cualquiera. ¿Acaso no creen que a Toto Wolff no habrá mil cosas de la personalidad de Lewis que le revienten? Pues por supuesto que las habrá, pero, como persona inteligente que es Wolff, lo que busca es siempre la forma de crear el entorno donde Lewis dé lo mejor de sí mismo. Y ahí están los resultados.
Alonso se ha ganado a pulso el no ser un empleado más de una empresa, Fernando no es comparable a un miembro de una plantilla de 22 jugadores de un equipo de fútbol ni a cualquier empleado o miembro de una organización. Por supuesto, el respeto se debe por igual del primero al último, pero el trato no puede ser el mismo con la persona que puede resultar el factor más decisivo en el resultado del esfuerzo común. Y el que es capaz de entenderlo es el que siempre se lleva el gato al agua.
Nº 1775 (Septiembre, 2022)