Es un hecho que el automovilismo deportivo es un deporte al alza a nivel mundial. Sin embargo, está claro que la suerte no se está repartiendo por igual entre la “Santísima Trinidad” del automovilismo, como son la Fórmula 1, la Resistencia (WEC) y los Rallyes (WRC). Tanto la primera como la segunda viven días de gloria, con un interés inusitado por parte de público, marcas y países interesados en albergar carreras. Pero los Rallyes está claro que no están aprovechando de igual manera este crecimiento. ¿Qué es lo que está fallando?
La cuestión sorprende aún más cuando ves que en los Rallyes hay marcas interesadas en participar, los coches son rápidos y espectaculares de ver, la nueva generación de pilotos es de lo más excitante y, “last but not least”, el abanico de potenciales ganadores es muy superior al de los años del “monólogo de los Sebastianes” (Loeb y Ogier). Si los ingredientes necesarios para el éxito de cualquier competición automovilística están ahí, merece la pena detenerse y cuestionarse qué pudiera estar fallando.
El problema, por mucho que la gente con peso específico en el mundillo públicamente lo niegue, existe y, aunque no se reconozca, preocupa, y de qué manera. Como en cualquier negocio, si los clientes vienen en menor número de lo esperado, el desinterés de las marcas y los patrocinadores acabará por hacerse notorio, y eso sí que es un problema serio. Cuando el automóvil está sufriendo quizá su desafío tecnológico más importante desde hace un siglo, sorprende que la especialidad que tiene vehículos más parecidos a los que se ven por la calle no capitalice esta circunstancia tan crucial.
Muchos lanzan el dedo acusador al actual promotor del campeonato, que es una joint venture entre Red Bull y la empresa alemana KW25. Pero esto es algo que no deja de sorprender también, porque si hay algo en lo que particularmente Red Bull como empresa ha sido especialmente brillante es en el terreno del marketing y la comercialización. La producción televisiva es excelente y de las más vanguardistas a nivel mundial en deportes, y la organización, más allá de algunos detalles criticables, no parece presentar errores de bulto.
El ejemplo del éxito que tiene ASO (Amaury Sports Organisation) con el Dakar es la prueba de que hay vida más allá de los Circuitos y quizá pudiera darnos también una pista del problema. El promotor francés, además de la prueba cumbre del mundo de los Raids, también es el organizador de la Vuelta y el Tour ciclista, y en los tres casos ha tenido un enorme éxito al poner siempre como premisa principal los mayores números de difusión posibles. Parece algo obvio, pero no lo es tanto. Dorna con las motos sigue primando por ejemplo lucrativos contratos con cadenas de pago por visión tipo DAZN, Liberty Media ha liberalizado contenido audiovisual para viralizarse en redes sociales, pero no defiende un modelo de televisión en abierto.
El Dakar, como es sabido, se sigue en televisión en abierto a través de TVE, aunque también lo ofrezca un canal de pago como es Eurosport. Pero el principal secreto de ASO fue entender antes que nadie que todos los participantes, así como muchos de sus acompañantes, iban a ser los mejores broadcasters de su contenido audiovisual. A través de los canales personales en Twitter, Instagram, TikTok, etc., de todos los miembros de su caravana, los datos de difusión acababan siendo apabullantes. Dejaban de ganar dinero por un lado, sí, pero la llegada masiva de patrocinadores al calor de unas audiencias espectaculares lo compensaba con creces.
Por alguna razón, el Mundial de Rallyes no ha conseguido romper el cascarón, a pesar de tener, como decíamos, todos los elementos para vivir una nueva edad de oro. Urge que reaccionen pronto, porque el tablero global del deporte no espera a nadie. Ni a los más rápidos sobre la Tierra.
Nº 1783 (Junio, 2023)