En las primeras fechas del pasado mes de mayo comuniqué públicamente, utilizando mi Instagram, mi decisión de dejar para siempre mi labor de copiloto de rallyes. Evidentemente, a una decisión de éstas, sobre todo si viene precedida de 36 años de trayectoria, 30 de ellos como profesional, no se llega así como así, ni porque un día te levantas y dices “se acabó”. El proceso es un poco más largo y reflexivo. O al menos ese ha sido mi caso.
Tenía previsto desde 2022 que 2023 se ciñese al ámbito nacional, por aquello de viajar menos y sobre todo estar más cerca. Recuerdo el momento de partir hacia Barcelona antes del Catalunya (donde estaba un par de días practicando notas antes de bajar a Castellón a dos días de tests, más luego subir a Salou para la semana propia del Catalunya), recuerdo hacer las bolsas de viaje con bastantes pocas ganas, y eso que iba a un rallye como quien dice de casa. Ése fue el primer síntoma. El rallye pasó sin novedad y luego aún quedaba un motivante viaje a Japón (país que jamás había visitado) para hacer de ouvreur de Dani y Cándido, algo que repetí a principios de este 2023 acompañando a Óscar Garre en el Rallye de Montecarlo para similar labor.
Cuando de verdad comenzó el 2023 para mí como copiloto fue en febrero en el Rallye Costa Brava. Continuó en marzo con el Rallye da Auga y terminó en abril, días después del Rallye de Lorca. Tanto el piloto con el que corrí el Costa Brava como con el que disputé posteriormente Auga y Lorca decidieron cambiar de planes y pasé de tener dos programas muy interesantes y bastante compatibles a no tener nada. Ése fue el final. El final que colmó mi paciencia, ésa que a lo largo de muchos años, de cuatro décadas y dos siglos distintos, siempre me hacía mantener la calma y la frialdad, confiar en que, teniendo en cuenta que me lo había jugado todo a una carta cuando dejé la universidad, el hecho de que apareciese un programa, bien en enero o febrero, quizá en marzo y a veces, como en 2009, avanzado abril, me hacía salvar el año, pagar el alquiler o después la hipoteca, tener dinero para ir al súper, para salir a cenar, para echar gasolina al coche, para pagar la cuota de autónomos, etc.
Toda esa paciencia y frialdad con las que yo afrontaba el futuro inmediato y no tan inmediato cada octubre o noviembre cuando la temporada iba terminando, toda esa paciencia y esas ganas de luchar contra los elementos que tenía siempre, de repente este año, en el que dentro de poquitas semanas cumpliré los 55, las había perdido de golpe. De repente me di cuenta de que la vida de cualquier amigo, de mi chica, de cualquier vecino, todos con un sueldo normal, era una vida muchísimo más ordenada y menos vertiginosa que la mía. Envidiaba que mi novia, Paz, supiese cuándo tenía libre una semana, o que cualquiera de mis amigos, Ginio, Diego, etc., pudiera planificar que el “no sé qué” de junio o el veintitantos de septiembre se podía ir de vacaciones.
Y sobre todo el tema presupuestario. La estabilidad económica que también te proporciona estabilidad en todos los órdenes. Alguien que gana 1.200 o 1.300 euros todos los meses puede planificar mucho más su vida que yo, que eso lo puedo ganar, incluida la preparación previa, en dos días de trabajo de rallye, pero sin saber cuántos días voy a trabajar cada vez que empieza el año. Ni siquiera cuando comienza un mes. No sé si me he explicado. Pero creo que esta crónica de junio de 2023 me ha salido prácticamente del tirón. A lo largo de los próximos números he llegado a un acuerdo con esta santa casa que regularmente me da voz desde hace 25 años para ir recreando anécdotas de todo lo vivido en estos años tan bonitos, de los que por cierto no me arrepiento de nada. Nos encontramos en julio.
Nº 1784 (Junio, 2023)