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En su tercera temporada como piloto de Ferrari, Carlos Sainz se juega mucho en este 2023. En absoluto puede hablarse de fracaso en su trayectoria reciente, porque en su debut con la Scuderia acabó en puntos por delante de su compañero (el muy valorado Charles Leclerc), y en su segunda temporada, a pesar de haber estado llena de altibajos, ha logrado su primera victoria, su primera pole como ferrarista y, en definitiva, ha demostrado que, cuando su universo competitivo está en orden, puede plantar cara a cualquier piloto de la parrilla.

Sin embargo, ni siquiera en su país se termina de tomar a Carlos como un peso pesado de la Fórmula 1. Rara es la persona con cierto criterio que no reconoce que es un gran piloto, pero en general no le suelen incluir en la categoría de los “verdaderamente grandes”. A menudo suele haber un “pero” a sus prestaciones y a sus resultados. Y esto quizá tenga mucho que ver con que se trata del piloto que tiene que soportar las comparaciones más pesadas de cualquiera de sus rivales. Cuando como herencia recibes dos regalos envenenados, como ser hijo de uno de los mejores pilotos de Rallyes de la historia y ser el siguiente piloto español aspirante a victorias después de Fernando Alonso, siempre vas a salir perdiendo en la comparación. Fundamentalmente por lo injusto de dicha comparación.

De entrada, Sainz Sr. y Alonso no son simplemente los primeros campeones del mundo que ha tenido España en el mundo del motor, sino que además de su valor como pioneros hablamos de dos pilotos irrepetibles en la historia de los Rallyes y la Fórmula 1, respectivamente. No sabemos cuál es el techo de Carlos, pero quizá convenga destacar que, quitando a su padre y a su amigo Fernando, estamos hablando del piloto español más exitoso de la historia. Conviene poner un poco de perspectiva a la hora de hacer juicios, porque pilotos de nuestro país que se hayan mantenido en la máxima disciplina del automovilismo se cuentan con los dedos de una mano. No digamos ya aspirando a victorias.

Pero Carlos, aparte de pilotar estupendamente bien como habitualmente hace, también puede aportar personalmente algo para ganarse el cariño o la valoración de toda esa gente que mantiene hacia él cierta indiferencia: sonreír más. Es evidente que en la F1 mandan los resultados y unas sonrisas no van a salvarte si al volante no se da la talla. Sin ir más lejos, ahí está el caso de Daniel Ricciardo, que es todo simpatía, pero que al no cumplir las expectativas tuvo que ser despedido anticipadamente por McLaren. Ahora bien, si los resultados acompañan al piloto español, lo justo es que el reconocimiento lo haga en la misma medida. Y eso es lo que tiene que trabajar Carlos. Tiene que ganarse a los indiferentes.

Hay bastante prejuicio en la forma en que Carlos es percibido por mucha gente. Por muy hijo de leyenda que seas y por mucho entorno acomodado en el que hayas crecido, nada de eso sirve cuando estás ante ese implacable juez que es el crono. Su seriedad y quizá una cierta timidez hacen que algunos lo perciban como distante o “estirado”, y quien tenga ocasión de conocerlo sabe que no es así. Carlos es una persona con mucho sentido del humor, bastante sencilla y totalmente alejado de cualquier tipo de divismo. Pero algo pasa que no termina de conectar con gran parte de los aficionados.

“CS55” podría fijarse por ejemplo en su amigo Marc Márquez, que casi siempre tiene una sonrisa puesta en la boca. Al final, la gente se siente identificada con gente que les transmite emociones y que de algún modo les hace sentir parte de su mundo. Si nos aceptara un consejo, le diríamos: ¡Carlos, hay que sonreír más!

Nº 1780 (Marzo, 2023)