Este pasado mes fallecía en su casa de Esles de Cayón Fernando González-Camino, un personaje que ha tenido una influencia decisiva en nuestro automovilismo. A pocos metros de su casa precisamente pasa el famoso tramo de rallyes cántabro de Merilla. Aunque por su enfermedad ya tenía cada vez más difícil el acercarse a ver el paso de los corredores, siempre veías cómo se le iluminaban los ojos cuando resonaba en su habitación el eco de los motores. Y es que Fernando fue un enamorado de los coches como pocas personas se podía encontrar.
Su sabiduría era tal, que hace cuatro décadas ganó el Concurso Supersabio del Automóvil que organizó la revista “Automóvil”. Ante una competencia de muy alto nivel y una dificultad extraordinaria, su victoria fue tan apabullante que la editora decidió no convocar nunca más el concurso. Sabían sin ningún tipo de duda que Fernando iba a ser el vencedor tantas veces como quisiera volver a presentarse. Pero su insaciable curiosidad no se limitaba a los coches. Era lo que se dice un genio renacentista, capaz de dominar y perfeccionar artes y técnicas que iban desde la fotografía hasta la música o cualquier tipo de maquinaria que cayera en sus manos.
Esa inquietud constante por aprender le convirtió en un pionero en nuestro país. Hablamos de los años donde por supuesto no existía internet y todas las novedades que Fernando traía a España aquí sonaban a chino. Gracias a él, muchos empezaron a conocer técnicas de pilotaje como el punta-tacón o a manejar el famoso aparato Dunlop de alineación de ruedas. Fernando era pura escuela inglesa Colin Chapman. Aunque sabía mucho de mecánica, su foco siempre estuvo puesto en el chasis, las suspensiones y la aerodinámica. Los preparadores españoles, históricamente siempre más proclives a buscar prestaciones a los motores, recelaban de su filosofía, pero poco a poco todos fueron adoptando sus métodos.
Fernando no era persona dada al escaparate público, y por eso quizá el gran público sólo le conociera como el padre de Balba González-Camino o como socio de Emilio de Villota en la Escuela de Pilotos. Fernando no era feliz delante de los focos, sino en su box o en su despacho. Su paraíso estaba allí, dedicando maratonianas jornadas a su constante búsqueda de la perfección técnica. Tal era su obsesión por ir un paso más allá de lo establecido, que era una figura enormemente respetada a nivel internacional por las empresas más importantes del automovilismo de competición. Todos querían trabajar con él, por la certeza de saber que, pasado un tiempo de uso de sus productos, Fernando iba a venir con una mejora que no habían detectado sus ingenieros.
Hace 17 años, Fernando sufrió un enfisema pulmonar y los médicos unánimemente no le dieron más de tres años de vida. Genio y figura, aplicó toda su sabiduría adquirida en las carreras para hacer cálculos de su consumo energético físico y nutricional, para de ese modo poder alargar su vida lo máximo posible. En cada visita a los doctores el asombro era mayor. Básicamente, había llevado la tecnología de la Fórmula 1 a la ciencia médica, y con su desfalleciente salud tenía el perfecto vehículo de pruebas para desafiar a los diagnósticos por unánimes que fueran.
Porque Fernando, además de genial, era alguien muy competitivo. Acabó destacando en el lado tecnológico, pero era también un volantista muy dotado. Su ventaja era que sumaba conocimiento y pasión a partes iguales. No había límite para dedicar cuantas horas fueran necesarias a la multitud de pilotos que pasaron por sus manos (entre ellos ganadores del Volante AUTOhebdo). Y por encima de todo Fernando fue un gran amigo, del que voy a echar mucho de menos su sabiduría y sentido del humor. Descansa en paz.
Nº 1786 (Septiembre, 2023)